miércoles, 19 de mayo de 2010

Elmer

Me acerco a los dos meses de haberme vuelto un ensayador perpetuo, practicando el mismo solo por 7 semanas, 8 horas pedagógicas dobles a la semana, de hora y media cada una. Medio día gasto cada semana en un asiento acolchonado que adquiere un hedor tóxico, resolviendo ejercicios el lunes fáciles, y luego específicos, el martes cortos, pero hartos, luego aguantando el peso de mis párpados, luego sedándome, concentrado, el miércoles igual al lunes, pero recién salido del baño, el jueves, un laxante mental hasta que me echan del zócalo, el viernes con el profe que nos cae bien pero mal pero bien, un selecto grupo de aspirantes a ingenieros destinados a la frustración y 5 hojas de materia que cada semana afirman mis aspiraciones, el sábado, clases de lenguaje vestidas de arte, y clases de sociabilidad, orientación espacial, resistencia a las náuseas, tolerancia y piano vestidas de canto, donde también encuentro una excusa para bañarme, el domingo pegándole a una pelota amarilla con una raqueta y corriendo en una cancha de tenis mientras trato de jugar tenis si puedo, para después llegar a la casa y hacer todas las tareas y estudiar pa las pruebas que nunca han sido prioridad, mientras avanzo en el juego que no abro hace 2 semanas...
10,5 de esas 12 horas las paso rodeado de nadies en una sala de asientos acolchonaditos, hasta las 8:30. Al salir de la sede, la ansiedad por llegar al asiento del computador se complementa con la falta de sueño y, por ende, de quicio, para hacerme correr, cantar y bailar intoxicado de júbilo y ganas hasta llegar a mi cama.
Antes de acostarme, nada me puede distraer de mi descanso, ni siquiera la inanidad de un título.

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